domingo, 14 de octubre de 2007

SOLO YO SOY MARCELI - El espejo


Cuando estoy en alguna reunión con tías… iba a decir amigas, pero, dejando al margen a alguna amante, no tengo muchas amigas. Estoy convencida de que no sirven para nada. El tema es que cuando estoy con un grupo de mujeres, cotorreando ellas de cualquier cosa, siempre terminamos hablando de hombres. No se convencen que como hacer el amor con una mujer, no hay nada, es más.. ¿qué es hacer el amor? Yo con esta edad que tengo y que no pienso revelar, al menos de momento, no he hecho el amor con nadie. Lo que si he hecho ha sido follar, eso sí lo he realizado… muchas veces… todos los días… a veces a cada rato.

Ayer, sin ir más lejos, quedé con Ariadna, una de esas ricachonas cuarentonas del barrio de Salamanca, de la calle General Pardiñas para ser más exactos. Y con unas amigas suyas. Ella si dice tener amigas. Yo la acompaño por el caché que da ir a su lado. Hace un mes se había comprado un bolso en “Gucci” ¡una pasada! negro, labrado, con la típica banda verde y roja pero en el interior… a un precio de ganga, ochocientos sesenta y nueve euros, cuando su precio de colección es de mil ciento setenta. Teté le encargó uno y tenía que entregárselo. Habíamos quedado todas en “Cacao´s”, una estupenda cafetería de la calle Goya. Yo tenía dos posibilidades, llegar la última a la cita o ir a buscar a Ariadna y llegar juntas. Como comprenderéis, yo no puedo llegar cuando todas… ¡qué ordiariez! Pasé por el domicilio de Ariadna, tomamos en su saloncito un té, servido en una magnifica porcelana andaluza, regalo del ganadero Ordóñez y nos dirigimos a la cita en un taxi mercedes, eso sí. No entiendo como con los activos que Guzmán, su marido, tiene, no poseen chofer. Llegamos las últimas, por supuesto. Comenzaron a hablar de bolsos y con un orden y un respeto casi inglés, continuaron comentando sobre tiendas, colecciones, bellos dependientes, esos dependientes de trastienda y… terminaron hablando de cómo besaban. No me lo podía creer. Todas, pero todas, habían estado con dependientes o encargados de grandes firmas en las trastiendas y tan solo besándose. No me lo puedo creer. Solo besos.

Me preguntaban. Y yo mostrando una falsa sonrisa pícara, afirmaba con un gesto de barbilla. A los almacenes hay que pasar cuando la tienda está llena de público, tiene más morbo y siempre con el botones del establecimiento o con la última dependienta en llegar. Y hablan de besarse, como si fueran niñitas tontas que les acaba de bajar su primera regla. Se pasa, se les echa un polvo, les das un pellizco en el culo y te vas por donde has venido, pero mira que un beso…

Me hablan a mi de besos. A la que fue una profesional, a la que pasó del beso en la frente al de la mejilla, a la que fue del pico al mordisquito en el labio inferior y a la que con toda maestría morreaba hasta que mi pareja en ese momento, se corriera de gusto. Han pasado algunos años de aquello. Ahora lo hago solo para llegar a lo que hay que llegar. Con el beso al ajeno ya no disfruto, con los de ellas y ellos, casi tampoco. A no ser que la boca en cuestión se posicione en lugares donde la sensibilidad es distinta, más intensa.

Como si disfruto es besándome a mi misma. Levanto mi seno, llevo el pezón a mi boca y paso del beso al mordisco. A veces me he hecho sangre pero cura enseguida. Para poder besarte has de estar en forma, gimnasio diario… pero sin gastarte un céntimo, en el gimnasio de tu propia cama con quién sea. Has de poner posturas diferentes, obligarte a ello. Todo es disciplina. Respecto al autobeso, he comenzado a disfrutar de ellos delante del espejo. El espejo te ve, te enseña todo y es fiel. Nada dice, todo le parece bien porque se silencia. Es noble por tanto. Empiezo a enseñarle para que me muestre. Una uña por el pecho, salivita por el interior del muslo, apretones por la cadera en dirección al monte de venus, manos abriendo lo cerrado hasta el momento y dedo corazón haciendo de llave. Cuando termino, nunca antes de media hora, me lleno de besos. El espejo me ve y nada dice. Descanso boca arriba, enseñándole lo que quiero ver. Me recupero, me seco, me levanto y me dirijo hacia él. Hacia ese compañero que toda dama debe tener en distintos lugares de su casa y le beso mis labios.

Ese es el beso que más me gusta. Representa tantas cosas… Placer, sexo, paz, trabajo bien hecho, descanso… Ese es el beso con el que, después de haberlos probado todos, todos contestaban. Este se silencia de gusto, por gusto.

Desde entonces, solo me siento querida por el espejo.
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Chechu Arroyo
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