Un sol ingenuo ha pretendido asomarse a los ojos de este pueblo madrileño, las nubes no le han dejado. Es Enero y como cada viernes, el recinto ferial se ha llenado de toldos grises, como el cielo, de tenderetes entelados en rojo braga, verde chándal, amarillo bolso, azul corbata, marrón zapato… Sombreros sobre rostros aceitunos de anchos bigotes, manos gruesas empuñando bastones cascabeleros, roncas voces al grito de ¡niña, vendo barato lo que he robado! Carros de vecinas llenándose de artículos para guardar en los trasteros y alguna patata entre lechugas. Rastrillo de nostalgia, de simiente y sudores, de carteras cambiadas de visones a sobaquillos, de policías paseantes.
Desde mi escritorio observo su vida y decido bajar a dar un paseo para tener algo que hacer delante del ordenador en esta última tarde laborable. Me pongo unos zapatos náuticos y ese chubasquero rojo de diez euros que tanto me gusta. Cruzo la calzada deprisa, arriesgándome a que un Audi salvaje me atropelle en pleno paso de peatón-cebra. Me saludan los guardias a mano alzada, como si me conocieran de toda la vida ya que han visto al muchacho de gorrilla naranja que conducía el proyectil. Todo por llevarnos bien… En mis primeros pasos entre los puestos he visto a un hombre delgado, pálido y engominado, con traje gris marengo, zapatos italianos, corbata con ancho y perfecto nudo y un portafolio en su mano izquierda. Hemos cruzado las miradas pero enseguida, sonriente, a desviado la suya. Otro personaje de este conjunto multicolor, pero no, no puede ser, este hombre está fuera de su entorno. No mira las mercaderías, solo se fija en la cara de la gente.
Me paro en un puesto de muebles de pino sin barnizar y pregunto el precio de un par de taburetes altos, quiero necesitarlos para el mueble bar. Al fondo del puesto se asoma el individuo del traje gris marengo, me hace un guiño y gira despacio la cabeza hacia la derecha. Vuelvo la mía y tras el puesto de comida para animales veo un cartel ocre entre dos desgastados sillones que, escrito en líneas perfectas, cita “Es aquí, siéntate y espera mi regreso”. El lugar invita al sosiego, al negocio, a la vida, a la muerte.
Observo sus pausados pasos al acercarse. Mira a todos, sabe que estoy esperándole, pero mira a izquierda y derecha como el que busca la oportunidad del día. Al llegar a mi altura, sin sentarse, extiende su mano y aprieta ligeramente la mía; parece saber que si aprieta más me haría daño. Sin tapujos, ya sentado, comienza un monólogo. No se ha presentado, pero manteniéndole la mirada conozco su alma, sé que me quedan dos opciones….
Desde mi escritorio observo su vida y decido bajar a dar un paseo para tener algo que hacer delante del ordenador en esta última tarde laborable. Me pongo unos zapatos náuticos y ese chubasquero rojo de diez euros que tanto me gusta. Cruzo la calzada deprisa, arriesgándome a que un Audi salvaje me atropelle en pleno paso de peatón-cebra. Me saludan los guardias a mano alzada, como si me conocieran de toda la vida ya que han visto al muchacho de gorrilla naranja que conducía el proyectil. Todo por llevarnos bien… En mis primeros pasos entre los puestos he visto a un hombre delgado, pálido y engominado, con traje gris marengo, zapatos italianos, corbata con ancho y perfecto nudo y un portafolio en su mano izquierda. Hemos cruzado las miradas pero enseguida, sonriente, a desviado la suya. Otro personaje de este conjunto multicolor, pero no, no puede ser, este hombre está fuera de su entorno. No mira las mercaderías, solo se fija en la cara de la gente.
Me paro en un puesto de muebles de pino sin barnizar y pregunto el precio de un par de taburetes altos, quiero necesitarlos para el mueble bar. Al fondo del puesto se asoma el individuo del traje gris marengo, me hace un guiño y gira despacio la cabeza hacia la derecha. Vuelvo la mía y tras el puesto de comida para animales veo un cartel ocre entre dos desgastados sillones que, escrito en líneas perfectas, cita “Es aquí, siéntate y espera mi regreso”. El lugar invita al sosiego, al negocio, a la vida, a la muerte.
Observo sus pausados pasos al acercarse. Mira a todos, sabe que estoy esperándole, pero mira a izquierda y derecha como el que busca la oportunidad del día. Al llegar a mi altura, sin sentarse, extiende su mano y aprieta ligeramente la mía; parece saber que si aprieta más me haría daño. Sin tapujos, ya sentado, comienza un monólogo. No se ha presentado, pero manteniéndole la mirada conozco su alma, sé que me quedan dos opciones….
.
Seguiré vivo aunque despachemos de vez en cuando.
Jesús Arroyo
copyright Jesús Arroyo ©
copyright Jesús Arroyo ©
16 comentarios:
Al menos te guiña el ojo...
pRECIOSO TEXTO, jESUS, QUE SE LEE CON SUMO AGRADO.
EL TÍTULO, MUY LOGRADO... POR CIERTO ME HAS RECORDADO LA ÉPOCA QUE LEÍA POR LO QUE ME INDICABAN LOS TÍTULOS.
UN BESOTE DE BUENOS DÍAS
¡es buenísimo, Chechu!
me encanta ese juego de palabras que describe el caos/barullo de un mercadillo.
besos.
Merce:
...el muy cabroncete.
M.Ángeles:
Mismo besote para tí. Bueno, mismo no, que este que me has mandado me lo quedo en la mejilla izquierda (la mas cercana a la ventana).
Dicen los que saben de esto, que el título tiene que ser un primer impacto hacia el posible lector, pero un servidor... ni idea.
Lo dicho, te mano mi beso.
María:
Hacemos lo posile, solo eso. ¿Sabes que ocurre? que el mercadillo lo tengo bajo casa...
Muchos besos bella dama.
Sorprendente!!!
Un Abrazo
Móica:
El texto, yo o el alma del traje gris marengo??? jejeje. Es broma.
Un beso.
Me ha gustado el recorrido mañanero por el mercadillo.
Me encanta recorrer los mercadillos de los pueblos en verano. Si donde me encuentro hay alguno no me lo pierdo.
Mucho más desde que hará unos 15 años en un mercadillo en Roquetas de Mar ( Almería ), encontre en un puesto de ropa de unos gitanos, un montón de monedas de plata super antiguas.
Estaba clara la procedencia, digo yo, pero estaban a la venta publicamente y las compré.
Cuando volví de las vacaciones y las localicé en el catálogo de monedas, no podía dar crédito, una de ellas valía un pastón. Es uno de mis más valiosos ejemplares.
Me gustan tus textos y respecto al título según los expertos, es junto al prólogo del libro la parte más importante para atraer compradores.
Un saludo
Eres íncreible!!!!nuevamente, me ha parecido que yo estaba en toda esa algarabía, en todo ese barullo de gente y negocio, la lectura de tus textos trasladan a una al lugar....y cuídate mucho de ese hombre con traje gris marengo jejejeje.
Abrazotes de finde
Bonita descripción del mercadillo.
El hombre del traje, sería perfecto para los que te birlan la cartera:D
Pero parecía simpáqtico, hasta te ha guiñado un ojo...jajajaja.
Me ha llegado todo el bullicio.
Besazos miles.
Me a encantado acompañarte en tu recorrido, y màs aùn la magia que tiene tus letras, para adentrarme a tus relatos. Y descubrir esa alma de traje...
Besos y muchos màs.
Me pareció tan real el recorrido JESUS... iba cerca tuyo recorriendo ese mercado... pero me preguntaba quien era ese hombre???
Aún no lo he resuelto... y eso me peocupa, se estaran quemando mis neuronas???
Besotes llenos de luz!!!
Me has tenido entretenida y con la vista fija en el monitor y luego qué? me encanta...te espero!!!
mi cariño madrileño!!
Viajar contigo, andar las calles y de pronto hallarse frente a frente con las dos opciones...
No sé muy bien las tuyas, pero conozco dos opciones :)
Magnífico texto Chechu.
Un fuerte abrazo amigo
Querido Jesús:
Lo has descrito tan bien... Estoy seguro de que ese hombre delgado, pálido y engominado, con traje gris marengo, zapatos italianos, corbata con ancho y perfecto nudo y un portafolio en su mano, era Mario Conde buscando de alquilar algún chiringuito para montar un Bank-portatil.
Un abrazo.
Pizarr:
Es que nunca sabes que puedes encontrar. Éste está más industrilizado y dudo mucho que se pueda encontrar tesoros de ese tipo.
El título, que lo lee todo el mundo, pocos piensan en su contenido. Respecto al prólogo, amiga mía, no se para ni...
Un beso.
Sara:
¿No eras tú la chica del vestido de noche? Sí, si, la que en sus manos tenía una lamparita encendida.
Un beso gordo.
Lucía:
Simpático, lo que se dice simpático... tenía su humor, eso sí.
Besos mil.
Amanecer:
Si un día le ves en cualquier rastrillo, deja las compras para otro día.
Besos.
Sol:
¡No! seguro que no se stán quemando. Lo que ocurre es que, tal vez, nunca te has encontrado a un alma de traje gris marengo. Tal vez le reconocerías si se quitara el uniforme de trabajo.
Besos.
Nerina:
Luego... Si te lo cuento sabrías tanto como yo y eso entra dentro de la vida privada, jejeje.
Un beso.
Amigo Miguel:
No se, estaría por apostar que son las mismas o muy similares.
Un fuerte abrazo.
Terly:
Pues ¡mira! de camino me pareció Mario Conde, pero te prometo que no, no lo es. Éste tiene trazas de... ¿principe?
Un fuerte abrazo.
Me encanta el relato, Jesús.
Para mí el hombre del traje gris es tu alma, la que se quedó en tu uniforme de trabajo, la que ahora quiere charlar con esa otra que viste un chubasquero rojo. Las dos se conocen, pero se sorprenden cuando se comparan.
Lo que hablen da para muchos otros buenos relatos como éste.
Un abrazo,
Publicar un comentario