lunes, 3 de diciembre de 2012

La Lirios y su primera cena de empresa


Allí estaba, aparcando su automóvil francés (el de su padre) junto a los jardines de uno de los mejores restaurantes, al menos más camperos, de Madrid. Un restaurante donde grandes empresarios y nobles gentes de esta villa (el restaurante se encontraba junto a la Zarzuela) acostumbraban a sentar sus posaderas en sillas enfundadas en lino blanco y ocultar sus pecheras (que no sus regazos) con hilo bordado con las iniciales PS. Tras ella, descendió de su tintado vehículo deportivo el delegado de la Compañía; un casi jubilado Raimundo Capazos que se entretuvo mirando las piernas de nuestra protagonista.

Vestía la Lirios, blanca blusa semitransparente, pañuelo anaranjado al cuello (color corporativo) minifalda azul marino con leve raja sobre alto muslo y zapatos con doce centímetros de tacón que, con su metro setenta y ocho, hacían de ella mujer a dos piernas pegada. Imagínense los ojos de nuestro viejo Raimundo… En la puerta de acceso, dos porteros disfrazados de gala y albero abrieron ambas hojas de la pesada puerta y una educada voz, dijo “señorita, por favor”. Era Capazos guardando las espaldas de la Lirios.

Nuestra protagonista trabajaba, entre otros familiares políticos, con un hermano de su marido. Sí, sí, la Lirios estaba casada, recién casada, con un técnico de bata blanca y en nómina (tiempos en los que cobrar el desempleo y sobrecillo negro bajo mano estaba de moda) de una de las mayores empresas cien por cien nacionales. Ambos se sentaron juntos, lo que duró hasta los postres.

En la mesa de presidencia, se colocaron, a diestra de Capazos, la plana mayor de la comercial, su director Lucas Garrafón, el director regional centro Juan Lorenzo Rumiante, segundo protagonista de la noche, y el director Madrid, Anastasio Calabobas, A siniestra, el sudirector general, Jesús Manuel Mirayanda, el director de Formación, Iñigo Carastudio y el responsable nacional de atención al cliente Judas Comoriesgo. Durante toda la cena, Garrafón y Rumiante mascullaban, a la altura de sobaquillo, un plan de ligue. A eso se iba a aquellas cenas, donde las miradas y sonrisillas picaronas de ambos se dirigían a la Lirios. Ella, preparándose para la guerra, pero en silencio, no tocaba las cigalas, no fuera que se le tiñeran los padrastros de color naranja, ni bebía líquido alguno por si quedaba un poco de brillo labial en el borde de las copas. Chemita Rudo, así se llamaba su cuñado, pensaba, tras observar ciertos contoneos, que aquel lugar no era para él. Se veía regresando a casa en el coche de san fernando que, aunque sano, era imprudente debido a las altas y oscuras horas de retiradas.

Acompañando a las miradas entre la Lirios y Rumiante, comenzaron gestos de labios, cuellos, lenguas… vamos, todo un catálogo de insinuaciones, hasta que nuestro Regional dejó la servilleta sobre la mesa, levantó sus posaderas del lino y llaves de maserati en mano, se dirigió a la mesa donde aquel pseudo-monumento de mujer y el hermanísimo de su esposo, masticaban el primer bocado de una tarta de yema regada con licor de castaña.

De todos los allí presentes era sabido, la Lirios también lo conocía, que Rumiante tenía varios estudios alquilados por el paseo de la Habana donde vivían esbeltas y rubias mujeres de melena ladeada y bronceado cabina que tiempo atrás habían ocupado puestos comerciales en la compañía y que, coincidiendo con la firma de contrato de alquiler, solicitaban la baja voluntaria… Pero volvamos a la cena en aquel restaurante campero.

La primera escena entre nuestros protagonistas comenzó a ser escaparate para los presentes. Todo un reality ante las atentas miradas. Sonrisas, miradas de párpados caídos, susurros a la altura del cuello, primeras carnes de gallina y necesidad de acudir al escusado… Tenían que ver la cara de Chemita. Por su cabeza pasaba la duda de irse, quedarse, telefonear a su hermano, guardar el secreto y un largo etcétera de posibles salidas que se quedaron en acudir a la barra, pedir una cerveza sin vaso, bebérsela de un trago y seguir tragando quina hasta que vio salir un tinte caoba derrapando en maserati.

A la mañana siguiente, viernes, la Lirios llegó tarde a trabajar. Sus ojos, dos acuosos faroles rojos, medían la distancia entre su rostro y el suelo. No existieron preguntas en la oficina, no existieron palabras sobre aquella cena, tan sólo lágrimas, sus lágrimas, porque en su agenda no se encontraba cita en notaría ni posible fecha de baja voluntaria, aunque la duda aun existe en la mente de Chemita y la Lirios jamás negó las evidencias porque, conociendo a Rumiante, nunca nadie se interesó por sobremesas.

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Nota del autor: Cualquier coincidencia con los protagonistas y sucesos, son cruda imaginación y recuerden, por favor, las últimas líneas del prólogo de esta historia (cap. anterior)

 

copyright Jesús Arroyo ©


7 comentarios:

omar enletrasarte dijo...

muy entretenido, Jesús,
saludos

Manuel dijo...

Pero, all final, Chemita se chiva a su hermano o nO?... Ayssss... es que me dejas en ascuas eh?...

Pa cuando la siguiente? Una semana entera??? Joooo!!!

Unknown dijo...

Muy ameno Jesús, precioso relato. Un saludo.

Arantza G. dijo...

Enganchada totalmente.
Besos

Sara dijo...

Pero, pero Jesús, que ya estoy enganchada, llegué tarde al capítulo anterior y ahora ya me reenganché, sigo la historia...pero...venga ya la siguiente entrega, que tengo muchas curiosidades, que buenoooooo.
Sensacional como poeta y también como novelista, ya sabes que también presento novelas eh!! jajajajaja.
Abrazotedecisivo artista

Mila Aumente dijo...

Entretenido, interesante y bien narrado.

Enhorabuena,Jesús.

Un besito.

Jesús Arroyo dijo...

Gracias, amigos.
Volveré con "la Lirios" en enero. Hasta entonces, felices fechas.