En la plaza de Guernica, junto a la boca del metro, hay una vendedora de cupones. Yo creo que vive allí, en su silla de loneta. Me parece que no se puede levantar. De vez en cuando llega un joven que se tapa la cara con una gorra deportiva de color blanco, espera a que se vaya todo el mundo que pulula a su alrededor, tapa el cuerpo de la vendedora con una especie de loneta plástica, como la que utilizan los operarios de obras públicas para tapar las alcantarillas cuando trabajan en ellas. Ese es el primer misterio que me he propuesto esclarecer. Mi hija, que todas las mañanas viaja en metro desde esa estación, dice que no hay ninguna vendedora de cupones. Cosas de adolescentes. Mañana bajaré y daré una vuelta.
Amanece un día soleado por lo que me apetece, enormemente, descubrir el misterio. Las investigaciones, si acompaña el tiempo, se hacen mucho más amenas. Son las diez menos cuarto y allí está, con su chaquetón gris, su falda verde y un delantal azul marino con dos enormes bolsillos, como los que utilizan las loteras de la Puerta del Sol. Me acerco hasta ella para ver si los cupones son originales, parece que si, saludo con un buenos días acompañado de la socorrida frase sobre la climatología. Asiente con la cabeza gacha. No puedo ver su cara, entre la postura de su cabeza y el negro pañuelo que tapa parte de su cara, me es imposible. Me doy cuenta de que el abrigo no es gris, sino negro en su origen, hace muchos años fue negro.
Enciendo el tercer pitillo de una nerviosa espera cuando se para en doble fila un automóvil rojo con dos anchas bandas blancas que diagonalmente cruzan el capó. Del asiento del copiloto desciende un muchacho rubio, con el pelo cortado a cepillo, aparentemente imberbe, con un pantalón de chándal brillante y una sudadera con el logotipo de una marca deportiva un tanto felina. Ha tapado su cabellera con una gorra blanca. Creo que es el visitante de cada mañana. En efecto, lo es.
De la mochila saca una loneta y unas varillas telescópicas que abre con asombrosa rapidez. En un santiamén ha cubierto a la vendedora de cupones con aquella especie de tienda Cherokee. El muchacho se mete dentro, unos minutos de silencio que terminan en unos ligeros gemidos. No es posible, no puedo estar escuchando semejantes sonidos. He debido quedarme petrificado porque en las plantas de los pies comienza un cosquilleo, falta de riego sanguíneo. Los gemidos son masculinos, ahora femeninos, se mezclan, se silencian, se confunden y un grito, casi ensordecedor, se pierde desde los oídos hasta alturas infinitas. Un reguero de sangre avanza por la acera hacia la alcantarilla.
Me he mareado, no se si la falta de riego ha llegado a mi cerebro. Cuando me recupero, la loneta ha desaparecido, el muchacho de la gorra blanca no está, la vendedora de cupones tampoco. En aquel mismo lugar, una mujer de unos treinta años se atusa su larga y brillante cabellera para posteriormente introducir unos harapos en una bolsa marrón. Levanto la vista y veo el logotipo del metro y un nombre de estación, “Guernica”. Escucho a mis espaldas el ruido de un coche al frenar, tal vez sea el auto rojo de bandas blancas. Me vuelvo. De una furgoneta desciende un individuo, mayor, casi anciano. Le conozco, sí, le reconozco. Vosotros también. Le conocemos de series en televisión. Se acerca a la treintañera, abrazos, besos. Agarrados de la cintura se introducen en aquella furgoneta que, en letras doradas, pone, “ESCUELA DE CINE LUIS BUÑUEL – CASTING”
He salido a la terraza para despedir a mi hija. Desde la acera del metro me ha gritado – ¡Ves papá! no hay ninguna vendedora de cupones .
Amanece un día soleado por lo que me apetece, enormemente, descubrir el misterio. Las investigaciones, si acompaña el tiempo, se hacen mucho más amenas. Son las diez menos cuarto y allí está, con su chaquetón gris, su falda verde y un delantal azul marino con dos enormes bolsillos, como los que utilizan las loteras de la Puerta del Sol. Me acerco hasta ella para ver si los cupones son originales, parece que si, saludo con un buenos días acompañado de la socorrida frase sobre la climatología. Asiente con la cabeza gacha. No puedo ver su cara, entre la postura de su cabeza y el negro pañuelo que tapa parte de su cara, me es imposible. Me doy cuenta de que el abrigo no es gris, sino negro en su origen, hace muchos años fue negro.
Enciendo el tercer pitillo de una nerviosa espera cuando se para en doble fila un automóvil rojo con dos anchas bandas blancas que diagonalmente cruzan el capó. Del asiento del copiloto desciende un muchacho rubio, con el pelo cortado a cepillo, aparentemente imberbe, con un pantalón de chándal brillante y una sudadera con el logotipo de una marca deportiva un tanto felina. Ha tapado su cabellera con una gorra blanca. Creo que es el visitante de cada mañana. En efecto, lo es.
De la mochila saca una loneta y unas varillas telescópicas que abre con asombrosa rapidez. En un santiamén ha cubierto a la vendedora de cupones con aquella especie de tienda Cherokee. El muchacho se mete dentro, unos minutos de silencio que terminan en unos ligeros gemidos. No es posible, no puedo estar escuchando semejantes sonidos. He debido quedarme petrificado porque en las plantas de los pies comienza un cosquilleo, falta de riego sanguíneo. Los gemidos son masculinos, ahora femeninos, se mezclan, se silencian, se confunden y un grito, casi ensordecedor, se pierde desde los oídos hasta alturas infinitas. Un reguero de sangre avanza por la acera hacia la alcantarilla.
Me he mareado, no se si la falta de riego ha llegado a mi cerebro. Cuando me recupero, la loneta ha desaparecido, el muchacho de la gorra blanca no está, la vendedora de cupones tampoco. En aquel mismo lugar, una mujer de unos treinta años se atusa su larga y brillante cabellera para posteriormente introducir unos harapos en una bolsa marrón. Levanto la vista y veo el logotipo del metro y un nombre de estación, “Guernica”. Escucho a mis espaldas el ruido de un coche al frenar, tal vez sea el auto rojo de bandas blancas. Me vuelvo. De una furgoneta desciende un individuo, mayor, casi anciano. Le conozco, sí, le reconozco. Vosotros también. Le conocemos de series en televisión. Se acerca a la treintañera, abrazos, besos. Agarrados de la cintura se introducen en aquella furgoneta que, en letras doradas, pone, “ESCUELA DE CINE LUIS BUÑUEL – CASTING”
He salido a la terraza para despedir a mi hija. Desde la acera del metro me ha gritado – ¡Ves papá! no hay ninguna vendedora de cupones .
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Jesús Arroyo
copyright Jesús Arroyo ©
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24 comentarios:
Muy curioso el relato, me gusto
jejejejeje, pero esta tensión y esta intriga que me has hecho pasar eh!!!!eh!!!!bien tienen un precio, que cuando te hagas famoso con estos relatos te acuerdes de mi eh!!!que estupendo leerte, que estupendo, te atreves con todo, poemas, novela, breves y etc....miralo él.
Abrazotes
Plas plas plas, me ha encantado tu relato Jesùs, tanto que me he quedado petrificada, hasta terminar tu relato :D
Besos y muchos màs.
Leyendo tu relato yo también he sentido el cosquilleo en los pies...:-) Genial
Esta anciana, me recuerda, y creo que tú también te acordarás de aquella bella gitana con una guitarra de un famoso pintor español, que figuraba, y sigue figurando en los billetes de mil pesetas de la época de Franco, que llegué a conocer y hablar con ella, y que mendigaba por las calles de Madrid...que extraña y triste paradoja...no me lo podía creer.
Esa venerable anciana de los cupones ha rememorado aquella época...un abrazo muy fuerte de azpeitia...enhorabuena
Migul:
Salió del metro y...
Un saludo.
Sara:
No, no, con todo no. Una cosa, ¿puedo a cordarme antes del famoseo? Lo digo por si no llega... jejej.
Venga, un beso.
Amanecer:
¿Petrificada? ¿Es que no conoces a la pobre joven-anciana? Ha hecho tantos personajes... Ya verás, ya verás.
Besos.
Merce:
¿Te has llegado a quedar dormida?
Un beso.
Azpeitia:
Si paseamos por las calles de cualquier ciudad, más por las calles de las grandes, encontramos decenas de "piconeras" capaces de ilustrar tantas páginas... ¿verdad?
Un abrazo.
Hasta el final, en una pura intriga.
Como Sara te digo, cuando sea usted famoso, se acuerde de los que no:)
Precioso relato y un final inesperado.
besazos miles.
Lucía:
Claro eso me lo dices porque tú ya eres famosa. ¿Qué no? Si la gente supiera...
Besos mil ¡guapa!
Hala Chechu, es alucinante... joer. Mira que eres... cómo nos has hecho caer...
Para mí es excelente la forma en que vas arrastrando, como hacen los magos: atrayendo la atención al objeto, tanto que nunca sabes dónde los escondió :)
Tremendo.
Un fuerte abrazo
Ay Jesússssss!!!
Que historia... por momento estuve al borde de un ataque de nervios como tu.. jajjaja
Pero despues .. al llegar al final inesperado-... un suspiro de alivio me dejó mas tranquila!!!
Un relato genial... es mas.. ya no estoy yendo tanto a la librería!!!
Besos llenos de luz cielo!!!
Fantástico como vas urdiendo la trama del relato y como nos tienes en ascuas hasta el final. ¿Para cuando la novela?
Un abrazo.
Buen relato, claro que yo me hubiera decantado por un final abierto, sin la escuela de cine...
Saludos.
Miguel:
Me alegro si te gusta. Un escritor aficionado sin lectores profesionales... es como un jardin sin flores. ¿Un jardín sin flores? Es una frase hecha, no me gusta.
Un abrazo.
Sol:
¡No! por dios, no dejes de ir a las librerías, cometerías un crimen imposible de perdonar.
Un beso.
Terly:
La novela, la novela... Alguna hay medio terminada, pero el siguiente paso es complicado de narices.
Un abrazo
¿Ya tienes el ordenata reparado?
Isa SB:
Esto demuestra que cada relato, cada novela, cada ficción, puede tener finales tan distintos...
Gracias por el apunte.
Saludos.
Estar aqui es como volver a casa...
Un saludo
Mónica:
¿No me digas que también ves a la vendedora de cupones?
Besos.
lindo relato Gracias por estar y comentar en recomenzar
besod
Que bonito relato y el final sorprendente.
Me ha gustado y volvere si me lo permites
Con cariño
Mari
Mucha:
No hay motivo para darlas. Si te gusta, me gusta que te guste.
Besos.
Mari:
Esa petición sobra. Puedes pasarte cuando lo desees. He visitado tus blogs. Estaremos "enchufados".
Saludos.
Conocéis les relatos de Pere Calders?
Este es digno de figurar en Antaviana!!!
Genial, Chechu.
Ariadna:
Conseguiras sacarme los colores.
Gracias guapi.
besos ¿estás bien?
Un gran relato Chechu, con el que me pongo al día en la lectura que tenía algo atrasada de los blogs. Este relato tiene de todo y no le falta de nada, hasta la sorpresa y el misterio, y además bellamente narrado.
Un beso
Shikilla:
¡Jo! ayer la vi de nuevo, pero parecía tan real...
Besos.
Me ha encantado el relato. Tiene todos los elementos que me gustan, magia, intriga y un toque surrealista.
Muy bueno, sí señor.
Besos, Jesús
Tesa:
NO se, estoy confundido, después de este relato, he vuelto a ver a la vendedora de cupones, mi hija también, pero no llega la escuela de cine y la pobre anciana no se mueve. Ya te contaré porque me acercaré a su figura.
Besos.
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